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Descubre con nosotros los rincones menos conocidos de Sevilla.

Puente de Sevilla

“La lluvia en Sevilla es una maravilla” decían en aquella vieja película de Hollywood. Lo cierto es que en Sevilla pocas veces llueve, lo que sí es una de las ciudades más hermosas de nuestro país, repleta de rincones mágicos por descubrir.

Aparte de la Giralda, la Catedral, la Torre del Oro y la icónica Plaza de España, en la que se han rodado tantas películas, como alguna que otra entrega de “La Guerra de las Galaxias”, Sevilla dispone de muchísimos lugares de interés. Los sevillanos lo saben y están orgullosos de su ciudad.

Así nos lo confirma Patricia. Una turista que recurrió la ciudad bética en una visita guiada, ofrecida por Visitours, una agencia que se dedica a organizar excursiones turísticas por las principales ciudades andaluzas. En aquella ocasión, nos cuenta Patricia, les acompañó una guía turística sevillana llamada Melisa, quien supo transmitir a los visitantes toda la pasión y entusiasmo que siente por su ciudad.

Sevilla fue ciudad romana, Hispalis. En la edad media ocupó un papel relevante tanto para los árabes como para los cristianos, pero lo que poca gente recuerda es que en los siglos XVI y XVII, Sevilla fue una de las ciudades más importantes del mundo.

De Sevilla partía y llegaba la Flota de Indias. Una armada de galeones militares y mercantiles que efectuaban el transporte de personas y mercancías de Europa a América y de América a Europa. Un grupo de barcos de ida y vuelta, que representan la primera conexión estable intercontinental de la historia. Al puerto de Sevilla llegaban los cargamentos de oro y plata provenientes del Nuevo Mundo. Allí se descargaban, se contabilizaban y se enviaban a otras ciudades de España para pagar, principalmente, las cuantiosas deudas que tenía contraída la corona española con los banqueros europeos, para poder sostener las guerras en las que estaba envuelta.

Descargado el cargamento, los barcos se preparaban para volver a partir a la Habana. Se llenaban de productos y enseres que se demandaban en América y, sobre todo, de hombres venidos de toda España, que esperaban llegar al Nuevo Mundo para labrarse un futuro y salir de la pobreza. Sí, porque la realidad de la Metrópoli española era la que se describía en el “Lazarillo de Tormes” y en “El Buscón” de Quevedo. No la que se retrataba en “Las Meninas” de Velázquez.

Pasaron los siglos y Sevilla perdió parte de su notoriedad internacional, de la que quedan numerosas muestras en su extenso patrimonio monumental. Y se convirtió en una ciudad que supo adaptarse a la llegada de los nuevos tiempos.

Estas son algunos rincones menos conocidos de la Sevilla antigua y contemporánea que vale la pena conocer.

La Plaza de la Encarnación.

En el distrito centro, en el barrio de Alfalfa, se halla esta extensa plaza rectangular, conocida por albergar uno de los mercados de abastos más populosos de la ciudad. Entre el 2005 y el 2011, el ayuntamiento decidió cubrir la plaza con un parasol fabricado en madera, con un estilo vanguardista, diseñado por el arquitecto alemán Jürgen Mayer. Desde entonces, los sevillanos llaman a esta plaza la Plaza de las Setas. Por la forma que evoca esta estructura pensada para dar sombra.

El techado de la plaza es realmente impresionante. Tiene una superficie de 150 metros de largo por 70 metros de ancho. Se alza sobre la vía pública a 26 metros de altura. Visto desde abajo, parece una concatenación de celdas de ordenador enlazadas de forma caprichosa. En la actualidad se puede subir a verlo, caminando sobre él por un recorrido prefijado, accediendo a su superficie a través de un ascensor.

El huevo de Colón.

Poca gente sabe que Sevilla alberga la estatua más alta de España. Se trata de una escultura de Cristóbal Colón de 45 metros de altura, dentro de un huevo descascarillado, en el que el navegante despliega entre sus manos un extenso pergamino, en el que, emulando un mapa, aparecen en relieve las tres carabelas.

La escultura se encuentra en el Parque de los Jerónimos. Cerca de la Cartuja. La que fue sede de la Expo 92. El blog de viajes Mi Ruta señala que esta estatua es un regalo del Ayuntamiento de Moscú a la ciudad de Sevilla, con motivo de la celebración de la Exposición Universal y del quinto centenario del descubrimiento de América.

El monumento, realizado por el escultor georgiano Zurab Tsereteli, llegó en barco por partes desde San Petersburgo hasta el puerto de Bilbao. Desde allí tuvo que ser trasladado a Sevilla en 37 tráileres especiales.

 La Plaza del Cabildo.

Pasear por la Plaza del Cabildo nos hace imaginarnos que estamos recorriendo un templo clásico. Cuando la visité por primera vez me imaginé que estaba en el escenario de uno de esos cuadros renacentistas que reflejan la escena de Cristo expulsando a los mercaderes del templo.

Esta espectacular plaza, situada a pocos metros de la catedral, está compuesta por un soportal semicircular, formado por columnas y arcos de medio punto, sosteniendo un magnífico edificio barroco. Se accede a ella por medio de un callejón que la comunica con la Avenida Constitución y por la calle Arfe.

La plaza era el antiguo claustro de un colegio propiedad del Cabildo de la Catedral, que tras la desamortización de Mendizábal se expropió a la iglesia y quedó abierto al público. Nos cuenta la web Sevilla Secreta, que desde los años 80, cada domingo se celebra en la plaza un mercadillo de compraventa de sellos y monedas antiguas. Por esta razón, la Sociedad Filatélica y Numismática de Sevilla decidió ubicar allí su sede oficial.

La Torre de la Plata.

Todo el mundo conoce la Torre del Oro en la ribera del Guadalquivir. Donde dicen algunas leyendas populares, se almacenaba el oro que llegaba de las Américas como si fuera un silo de metales preciosos.

Menos conocida es su hermana, la Torre de la Plata. Una torre octogonal construida en el siglo XIII que formaba parte de la muralla, cumpliendo las funciones de baluarte defensivo y de vigilancia.

Bastante más baja que la Torre del Oro, pero con una sorprendente similitud, se halla escondida en mitad del Barrio del Arenal, al lado del Hospital de la Claridad. Un hospital barroco del siglo XVII.

En la época de Alfonso X el Sabio a esta torre se la conocía como la Torre de los Azacanes. Nombre que se le daba a los moriscos que trabajaban como porteadores de agua. Con razón o sin ella, los sevillanos han hermanado los dos torreones. La hermana rica es conocida como la Torre del Oro y a la hermana pobre la llaman La Torre de la Plata.

El panteón de los sevillanos ilustres y la cruz de Bécquer.

En la cripta de la Iglesia de la Asunción se levantó este curioso panteón durante la Guerra de la Independencia. Ocupada la ciudad por las tropas de Napoleón, que se habían dedicado a saquear iglesias y conventos, un grupo de vecinos decidieron sacar los sepulcros de personalidades ilustres de la ciudad enterrados en edificios religiosos y guardarlos en una cripta secreta de una pequeña iglesia céntrica, algo más escondida. Hoy, al panteón se accede a través de una puerta situada en el patio de la Facultad de Bellas Artes.

Casi 100 años después de aquella hazaña, el pueblo de Sevilla consiguió repatriar los restos mortales del poeta Gustavo Adolfo Bécquer y de su hermano, el pintor Valeriano Bécquer, enterrados en el cementerio madrileño de San Lorenzo. Ambos sepulcros pasaron a engrosar el panteón de sevillanos ilustres.

Como dejó escrito el poeta sevillano, Gustavo Adolfo Bécquer, en una de sus cartas, a modo de últimas voluntades, él no quería más homenaje a su persona que una cruz de piedra blanca con su nombre grabado, en la ribera del Guadalquivir, mirando al río. Como había hecho tantas veces a lo largo de su infancia.

Por esta razón se levantó este monumento, que parece una tumba, pero que no lo es, en el Parque del Alamillo, cerca del puente de madera que cruza el río para llegar al antiguo monasterio de los Jerónimos.

El cortijo de Miraflores.

A la espalda del barrio de Pino Montano se encuentra un parque con gran valor arqueológico. Se tiene constancia de la existencia de un asentamiento rural en la zona que data del siglo I antes de Cristo.

Se supone que en ella se levantaron huertas que tenían por objeto abastecer de víveres a la ciudad romana. El área agrícola nunca se abandonó. En 1285 se instauró allí la Huerta Albarrama, que pasó a ser propiedad del Convento de Santa Clara. Parte de las tierras pasaron a manos del Duque de Alba, quien construyó allí un cortijo, que formó parte de su patrimonio hasta finales del siglo XIX.

Hoy toda esta área es un inmenso parque en el que te puedes topar con norias, pozos, almazaras y con la casa central del Cortijo de Miraflores.

Sevilla es una ciudad casi inabarcable. Tiene la habilidad de sorprenderte, ofreciéndote rincones nuevos, en cada visita que realices para verla.

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